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Selección #RelatosEnElEncierro



#RelatosEnElEncierro son piezas de micro-cuentística y poesía que reflexionan y hacen introspección sobre el confinamiento al que actualmente se ve sometida una parte considerable de la población mundial.


Se desarrollaron temáticas sobre la reclusión auto-impuesta o la incapacidad para vivirla, los sentimientos que ello despierta y los problemas de la cotidianeidad de pasar dentro o fuera de los muros de nuestras casas en este evento de cala global.


En estos tiempos tan convulsos como nunca, el mundo se detiene de a poco y el contacto humano se va transformando en un lujo. Esta nueva realidad nos enfrenta a situaciones ignotas, o cuando menos, inéditas, y nos insta a encontrar maneras también nuevas de apreciar nuestros contextos.


De esta forma, pretendemos preservar en la memoria escrita, aunque sea con esta muestra mínima, el sentir generacional frente al contexto de Pandemia por Covid-19.


La convocatoria estuvo abierta del 9 al 14 de junio, inclusive, y posterior a un proceso de selección realizado por miembros del Consejo Editor de la revista, las obras escogidas se fueron publicando en razón de una por día en un lapso de siete días (del 22 al 28 de junio).


A continuación, les presentamos la selección completa para #RelatosEnElEncierro.


 


Esos días…

Y esa noche se instaló conmigo. Sin previo aviso, sin invitación. Agarró su cobija y se tumbó en la cama. Me alimentó de pensamientos, de lágrimas y tristezas, de un insomnio cobarde inundado de dolor.

La alarma de las cinco solo sirvió para afianzar su decisión. La irónica mariposa abrió sus alas para que el líquido interminable surcara los rojos canales de mi cuerpo, mientras una tormenta de pastillas desfilaba incesante por la garganta. Una secuencia repetida, sin remedio y con alevosía, al sonido de cada alarma. Un respiro, el agua barriendo el sudor de la noche. Un camino conocido, el del laboratorio de los fluidos. Una pregunta “¿por qué yo?”. Una silla gigante, un hombre disfrazado de plástico y un “respira”, mientras parte de mí se escapa en tubitos con mi nombre.

El regreso al encierro. Un desayuno divorciado del sabor y el mismo colchón que minutos más tarde diría adiós. Es hora de fugarse, de esconderse en un refugio más lejano, tras el patio. Un movimiento rápido, una sonrisa fingida, una almohada y un quintal de químicos de esperanza alineados en una torpe lista. Pero no, no se da por vencido y se encierra conmigo. Se vuelve insistente en las noches, mantiene mis ojos abiertos, enciende hogueras en mis pulmones, aprieta fuerte mi pecho y baña por completo mis temblores. Viaja, me lleva lejos, a la tierra de mis ancestros y consigue arrancarme un desgarrador “lo siento”, al pensar en su dolor si desaparezco.

El amanecer, las palabras de abrigo, los rezos sentidos, la lluvia olvidada, el sol imponente, los rostros amados: el aliento de cada día. Hasta esa noche, en la que el sueño logró vencerlo, y ella apareció, con su sonrisa intacta y sus palabras calmas: “tranquila, respira”. Él, el miedo, salió corriendo.


Murias

 


Cómplices en cuarentena


Le puse nombre a una de las cuatro moscas que tiene más interés en mí y en mi diario vivir. Se llama Sha. Sha no es ni la más patona, ni la más molesta, ni la de las alas más rápidas, pero sí es la más persistente. Cuando despierto ya está sobrevolando alguno de mis libros tirados a los pies de la cama, o sobrevolando los vellos de mi brazo, como si deseara enredarse entre ellos. Esta mañana preparé sándwiches de pavo con queso, le di unas migas, y por la forma en que zumbaba, estoy seguro que ha quedado satisfecha. Más tarde le diré que planeo matar a sus congéneres con algún insecticida, porque éstas no me caen tan bien como ella, y lo mejor de todo es que presumo que a Sha le agradará la idea. Sha y yo seremos amigos incluso después que el virus acabe. Lo sé.


Ernesto Castro Herrera

 


En las noches frías


La paciencia y la sorpresa por seguir con vida no eran excluyentes entre sí, eran herramientas drenantes de un sinnúmero de misterios que encontraban su cauce en la noche llena de sudores fríos y pieles rozándose por necesidad. Estaba inquieta, pero no del todo privada de la realidad.

Salía entre espacios inconclusos y la obligación por ser resiliente la orillaban a sobrevivir, la pandemia era sólo una excusa tonta entre la diversidad de opciones: el suicidio era una de ellas, pero el suicidio lo era desde que salió de secundaria hasta que entró a la universidad, y luego sin ninguna pasión salió de esta. La muerte le sonreía de vez en vez, pero un día pasó la línea y se convirtió en su peor enemiga pero la mayor de sus aliadas.

Las palabras chocaban entre las oportunidades de salir y aquella soledad unísona con los colectivos, la gente en la calle o un “ponete la mascarilla, que te vas a enfermar” la acompañaban en el relato de humor negro del que no se percató hasta que empezó a escribir estas letras.

Un trabajo precario con un trato aún más, pero al fin y al cabo un trabajo. Capiarse de la gente, de una enfermedad pulmonar y volver gloriosa a su casa para acostarse, prepararse y salir una vez más.

Ojalá en Nicaragua tuviéramos la oportunidad de no morir en el intento por conseguir comida para la mesa, y un espacio fresco en el que descansar.


Belén Flores


 


Volteretas


Mis mañanas son del yoga, mis noches del Rosario.

Tengo la mente en blanco, el alma gris, el futuro negro.

Fui un Cirineo sin fuerzas camino de un Calvario ajeno

y aunque te siento cerca, nunca has estado más lejos.


Un aleteo de mariposa convirtió tu casa en tu oficina,

el avión en el que viajarías jamás salió del aeropuerto,

te impuso ayuno el mundo cuando querías comértelo

y el golpe de realidad te dejó tambaleante y sin aliento.


Cada vez que te veo quisiera acariciarte las mejillas,

pero luego recuerdo que estamos en una videollamada

que solo es pasarla bien conversando con la pantalla

mientras nos vamos a dormir sin compañía en la cama.


No sé de qué me estás hablando la mitad del tiempo,

elegí el distanciamiento social antes de ser necesario.

Eso me salvó de la tormenta, mas no del naufragio

pues afuera la peste mata y adentro es otro día raro.


Génesis Milagrosa Hernández Núñez


 


¿Y ahora qué?


¿Y cuando acabe, qué?

Nunca había escuchado tanta música en la ducha, nunca leí tanta poesía cómo ahora.

Conocí a Kubrick y a Tarkovsky, cociné, y descubrí que amo los panqueques.

Me di cuenta de la inocencia de mi perro y el cansancio de mi mamá, el amor de mi hermano y

el dolor oculto de mi papá.

Me recordé de pequeño, y me estoy entendiendo de grande.

Ahora, ya no me ducho.


Juan Pablo González


 



Zoompleaños

“El futuro llegó como vos no lo esperabas”

- Patricio Rey

Miro a mi familia al otro lado de la pantalla.

Fiesta partida, fiesta en tiempos de pandemia.

Felicitaciones, algarabía, gritos.

La distancia es cruel, pero al menos existen las videollamadas.

Veo venir a mamá con la torta, apagamos las luces casi al unísono.

Por los parlantes me cantan el cumpleaños feliz.

Cierro los ojos, respiro hondo, pido un deseo y soplo.

Pero las velas no se apagan.


Diego Alba

 


Demonios


Mi quebrantada alma se haya expuesta

ante aquellas memorias de llanto,

ante esas emociones siniestras.


Inconsciente comienzo a temblar de espanto;

siento un calor recorrer mi cuerpo

y en mi mente un tosco colapso.


Y… ¿Qué es aquello que me ha poseído?

¿Qué más podría arrebatarme la tranquilidad

sino es aquello de lo que carecen los fallecidos?


Esas cadenas arrastradas en longevidad,

pesadumbres acumuladas hacia la vejez,

nuestros demonios que nos roban total libertad.


Titánicos, de colosales dimensiones y oscuros deseos

empeñados en corromper la mente

de quienes los enfrentan a manera de Perseo.


¡Oh, demonios del denso inframundo subconsciente!

¿Por qué sus ansias de alzarse para hacer sufrir?

y… ¿Por qué su tortura tan déspota e insistente?


Sus frecuentes y bruscas apariciones desuellan mi vivir,

su mórbida y pestilente presencia nublan mi juicio

y desgarran la inestable realidad de mi existir.


Cuanto anhelo que en mi conciencia no habitasen,

que nunca osasen hacerse manifiestos,

cada vez que, tratando de encerrarlos, fracase.


Eren Sáenz

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