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¿Y después?

Actualizado: 22 jul 2020

Cuánta rabia y cuánta tristeza debe sentir un muerto para no morirse cuando lo matan, dijo mi abuela. Yo la escuché decir eso un día que la fui a visitar, unos dos meses antes de que me volaran la cabeza con un Dragunov ruso.

Esa vez un señor había ido a visitarla en la noche. Dos huelepegas del barrio habían entrado a la pulpería de él con un cuete, le apuntaron y le dijeron que sacara todo el billete del negocio. El pobre señor alcanzó a sentarse en una silla, señaló donde estaba el dinero y luego se puso blanco y sudoroso como si la Pálida se lo estuviese llevando. En efecto, así era.

Me mató la impresión, le dijo Don William a mi abuela, cuando se le apareció dos días después, y le contó cómo había sido la cosa.

La abuela es vieja, por eso mismo es muy sabia, y sabe cómo manejar su don. Es la única a la que a veces puedo visitar para platicar. Los demás ya no pueden soñar mi rostro ni mis palabras. Mi madre no puede, por eso yo tampoco puedo verla.

Mi abuela algo había visto antes de que la Catástrofe ocurriera, nomás que nadie le quiso creer. Yo tampoco le quise creer, por eso aquella mañana…

…salí de mi casa muy temprano. Mi madre ya no estaba, iba camino a su trabajo. Mi hermano dormía en la parte de arriba de la litera. Despertó un segundo, me vio vestido y con una mochila al hombro. ¿A dónde vas?, dijo medio dormido antes de que se le cerrarán los ojos de nuevo.

A ningún lado, le respondí.

A ningún lado.


Nuestra tierra está ensangrentada, me dice mi abuela, veo a demasiados chavalos que andan como vos, ¿los ves?

Sí, contesto. Y me voy, porque a veces me da una gran aflicción hablar con ella.

¿Te fuiste?, escucho que pregunta mientras me alejo de su dormitorio.


Al otro día una muchacha como de mi edad me habló.

¿Cómo era donde vivías?

Era una casa pequeña, acogedora.

¿Dónde quedaba? Contame

A las afueras de Managua.

¿Y ahí con quien vivías, con tu mujer?

No, yo no tenía mujer, vivía con mi hermano mayor y mi mama.

Ah.

¿Y qué te pasó a vos?

Mi marido, me responde.


Me puse a recordar cómo era la casa en donde yo vivía… En el antejardín mi madre solía tener una hilera de lirios amarillos que solo una vez florecieron; al frente, más cerca de la calle, crecían un par de palmeras de cocos ovalados y amarillos, una a cada lado; había además una planta que si no recuerdo mal mi madre llamaba flor de avispa, y daba una flor muy roja y amplia, con un pistilo alargado y recubierto de motas amarillas. Adentro había dos cuartos y una sala. En uno de los cuartos dormíamos mi hermano y yo; en el otro, mi madre. En la salita principal había un librero muy bonito, una mesa y un sillón. No teníamos tele.

Mi hermano leía y a veces me prestaba sus libros. El librero lo habíamos ensamblado juntos. Era un librero armable, de esos que venden en cajas con un montón de piezas. Cuando nos pusimos a armarlo mi madre tenía miedo de que lo jodiéramos, pero al final quedó bien. Ahí acomodamos los libros de la casa: las enciclopedias de cuando niños, los libros de ayuda espiritual de mi madre, los libros de cuentos y novelas que mi hermano compraba en las librerías de viejo, y que yo tomaba de vez en cuando para no aburrirme. Me imagino que todo eso debe estar aún ahí; también ellos deben de estar ahí en casa.

En los días me disuelvo con el calor, pero en las noches habito calles por las que nadie pasa, sitios que no llevan a ningún lugar… también aprovecho para visitar a la abuela. Hago eso hasta que aparecen las primeras luces del día y me voy disolviendo en un sueño desconsolado.

A menudo, imagino las personas y las cosas que antes me rodearon, cosas que cada vez me pertenecen menos. Ellos, por ejemplo. Solo una vez la abuela me dijo algo: Sos como una herida en ambos, pero se las arreglan. La última vez que la fui a visitar me dijo que no quería irse aún, y dejarme tan solo acá. Tengo una amiga, le respondí. Eso pareció aliviarla. Se irá pronto.


Me gustaría volverme pájaro un día de estos.

A mí me gustaría volverme un gato que caza pájaros…

¿Cuándo podremos?

¿Qué cosa?

Descansar, o ser algo más que sombras.

No sé… Oe, yo tenía tres gatos, pero a uno lo mató una vecina, lo envenenó. Y solo me quedaron dos.

Ahora los cuidan tu hermano y tu mama.

Ojalá.

¿Cómo fue? Esa mañana en que te fuiste.

Estaba en la calle, había mucha gente y ruido, chavalos que corríamos… de pronto sentí un golpe muy fuerte.

¿Y después?

Una mancha negra que se extendía.



Anónimo

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