Dedicado para quienes no se sienten cómodos al tener esta conversación.
¿Qué tienen en común toda esta movida sobre una pandemia que nos afecta a niveles mundiales, el fenómeno de Parasite y los privilegios en los estratos sociales?
Quizá todo o quizá nada, para mí es un entramado de cambio cuántico de la realidad actual que nos consumirá a todos, nos cocerá en el vientre de nuestra madre tierra y luego nos escupirá, o probablemente no… Obvio estoy exagerando. Pero lo que no es de menos mencionar es que el impacto mediático que recibió Parasite, allá en enero y febrero de este año, pudo de alguna manera reabrir la discusión sobre las diferencias tangibles entre las clases sociales y la evidentemente sesgada práctica de una clase media-alta que pasa con indolencia ante las necesidades sociales.
Para explicar un poco sobre este salto de realidad que he formado en mi esquema mental de lo que sería este ensayo, leamos un poco de contexto:
Bong Joon-ho ‒acá nuestro gordito preferido luego de Del Toro‒ nació en Daegu, Corea del Sur, hace unos 51 años, 52 en edad coreana (y 53 sí nos queremos poner más teóricos en cuánto a la loca contabilización de los coreanos sobre sus edades). Daegu es la tercera ciudad más grande del país asiático y es también la primera más afectada por el COVID-19 en la actualidad. Daegu es particular, un caso entre miles de casos de ciudades asiáticas conservadoras, con una marcada tendencia sociocultural comprendida desde las posiciones de derecha y una fuerte influencia de la producción en la industria textil y de maquinaria electrodoméstica. Y ¿por qué nos interesa esto? Porque nuestro Joon al ser criado en una sociedad con estas características, es abiertamente militante de las causas sociales y de izquierda (que quede claro que lo estamos asumiendo, no confirmando).
Pero sólo nos basta indagar un poquito en su producción cinematográfica para darnos cuenta que por mucho tiempo representó ese grito al vacío de la industria de entretenimiento coreana, que apeló por retratar situaciones más adversas que fantásticas en sus producciones.
Okja, Memories of Murder y Snowpiecer son algunos títulos del diverso catálogo de este increíble cineasta.
Sin embargo, cabe preguntarse, ¿hacia dónde nos dirigimos con Parasite? Voy a expresar una frase típica (¿qué podemos decir que no se haya dicho ya?): Hay cientos de vídeos y entradas de blogs que explican simbologías, finales, pensamientos, interpretaciones y hasta intenciones de su autor. Todo muy ambiguo, a veces subjetivo. Sin embargo, varias opiniones convergen en una a favor: la diferencia entre las clases sociales.
Es tangible.
Intencional.
Se respira, tanto como el olor del señor Ki-taek.
Es innegable la referencia y la perversidad con la que los menos privilegiados se retratan en esta aventura de humor negro y un poco de crueldad animal, al mero instinto de supervivencia salvaje pues, pero con un poco de razonamiento que nuestra amada evolución nos hizo vomitar. Sin alerta de spoilers, no vamos a justificar prácticas ni mucho menos decisiones de unos personajes sobre otros. Sin embargo, el mismo Joon lo dijo:
“Pensé en una película que retratara la realidad de mi país”
Y es que, en el contexto contemporáneo, el país asiático sufre de un gran sesgo y diferencias entre clases sociales. No muy distante a lo revelado en la película. No es un secreto que el producto interno bruto de este monstruo automotriz basa casi su 90% en la sobreproducción de metales, aparatos electrónicos, autos, ropa, maquillaje y ahora música (que no podía haberse considerado parte del PIB hace unos diez años, pero que ahora es una realidad). Y así como hay CEOs y Chaebols haciendo cada día más grande sus fortunas, hay personas por arriba de la media que viven en la precarización de la concentración de recursos; alimentación, impuestos, servicios básicos y lo que acá conocemos como “canasta básica”.
Sin embargo, nuestro gordito de pelo largo no solamente nos dijo eso, también:
“Pero nunca imaginé que en otros países esta película tuviera tanta resonancia”.
Y, ay, cómo la tuvo.
Porque, ay, otra vez, cómo duelen las venas abiertas de América Latina.
¿Se han preguntado por qué las crisis internacionales sacan lo peor de nuestra humanidad?
Señalar que la concentración de recursos y la determinación del sesgo entre las clases sociales afectan de forma más directa nuestra vivencia en pandemia que el hecho de no echarse alcohol en gel y rociar Lysol cada tres segundos, no es “de eso no se trata”, porque muchachos y muchachas, de eso precisamente se trata todo.
Y no me malinterpreten, no hablo de que ser pobre te impide lavarte las manos. Hablo de la experiencia totalmente realnque una persona que gana al día, que no cuenta con un salario básico (arriba del mínimo, ¿verdad?), se encuentra más afectada y vulnerable ante esta crisis. Sin mencionar que le cuesta más ganarse su ingreso diario; por ende, comprar jabón y papel de baño. Y no voy a empezar mencionar a las zonas rurales a las que no llega el agua, porque los más privilegiados le echarán la culpa a los malos gobiernos cuando en primer lugar no se cuestionan el despale y la contaminación de agua potable de ríos y lagos que provocan las grandes empresas y ciudades.
Es toda una experiencia intentar explicar que una no cree que por ser rico te vas a salvar de un paro respiratorio provocado por COVID-19, sino más bien, que el que más tiene podrá acaparar el recurso (que por supuesto no será equitativo) que pueda recibir una persona con menos posibilidades y que en un caso hipotético de enfermedad estará en peores condiciones y peor tratado.
Y no, no estoy enojada. Es que debemos reconocer cuando gozamos y cuando no de ciertos privilegios, y dejar de echarle la culpa al obrero que tiene que salir a trabajar temprano para llevar al menos doscientos pesos a su casa, o la cajera que no parará su jornada de trabajo en un banco porque es obvio, ¿quién va contar el dinero de los ricos?
Porque si nos tenemos que ir un poco allá, también podríamos hablar de la interseccionalidad de los privilegios, que conocemos como aquellas características físicas, sociales y económicas de una persona sobre otra y que aseguran la vivencia personal propia sobre cualquier tipo de circunstancia, o dicho de forma más directa, que te hacen la vida más fácil.
Porque, “los privilegios no afectan lo que tienes que vivir. Sino que afectan lo que no tienes que vivir gracias a ellos” diría el buen Javi Alonsox.
En tiempos de pandemia, señalamos al que hace lo que puede con lo que tiene, pero, negamos la existencia de las preferencias en establecimientos y decimos: ¡Oh, por favor cuidémonos! Pero llamamos al chavalo de Hugo para que haga nuestros mandados.
En Nicaragua el aislamiento social o la cuarentena no es una opción, no porque no sea lo ideal sino porque nuestra producción es mínima fuera de las calles. Las clases sociales son ese tema que evadimos por comodidad y cuando hay un verdadero incómodo con el sistema que lo toca, nos hacemos los “de eso no se trata”, cuando en realidad todo el entramado sistemático de la sociedad trabaja en pro de un status quo que prioriza a quien lo puede pagar. Perdonen aficionados de la responsabilidad empresarial, pero ustedes como clase obrera no trabajan para darle una compu al niño pobre de pueblito, sino para que sus empleadores paguen un poquito menos de sus impuestos.
La realidad es que haciendo una introspección hacia nosotros mismos podríamos darnos cuenta que todo aquello en lo que creemos, quizá y sólo quizá, no sea tan real. Hay más, y todo puede relacionarse aún más; como una película coreana, una crisis mundial y el tema sobre los privilegios y las clases sociales que alguna vez un barbudo nos quiso explicar ‒y no hablo de Marx.
Aquel Dios que quiso ser carne, lo intentó; y creímos que por su fuerza y bondad todos nos íbamos a salvar cuando, al contrario, únicamente nos venía a advertir sobre nuestra crueldad.
Belén Flores.
@petithanok
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