El monstruo de mi madre es un abrazo de paz entre un hijo y su madre. La relación madre-hijo es seguramente la que más nos define y poder navegar en sus profundidades nunca es tarea fácil. Y ese es el primer hecho que convierte esta obra en algo especial.
Lidia Argüello fue víctima de violencia a diferentes niveles, sufrió una enfermedad mental y vivió en una montaña rusa de emociones y sentimientos hasta que falleció por causa del cáncer. Fue hija, hermana, esposa, madre. Pero, sobre todo, fue una voz silenciada, una historia por contar. Y es Alberto, su hijo, quien valiéndose de los recuerdos y tomando un camino largo e incluso doloroso, le devuelve la voz a su madre para que cuente su historia.
De ningún viaje se regresa tal como nos fuimos y menos si ese viaje es una travesía hacia el alma misma de un ser humano. Alberto fue atravesando las capas del pasado y de los secretos familiares hasta llegar al corazón de Lidia. Es ella quien habla y su hijo atiende a sus palabras y responde, conversa con ella. El libro cruza las fronteras de la biografía y se vuelve diálogo. Escuchando a la madre, comprendemos al hijo.
Esta obra cala hondo a pesar de contar solo con ochenta páginas. De manera natural empatizamos con Lidia. Y vemos lo necesario que era para Alberto escribir este testimonio. Es una madre queriendo que su hijo la deje ir y es un hijo reconociendo que por décadas le avergonzó ser hijo de quien era. Lo que en algún momento fue una batalla, a través de las páginas se convierte en un armisticio.
Leyendo El monstruo de mi madre notamos que Alberto hizo un trabajo serio de documentación. Bucear en el árbol genealógico, en hechos históricos y en el contexto de la Nicaragua de antaño debió tomarle muchas horas, pero valió la pena. Esta no es solo una obra de introspección, son dos vidas escritas. Un ejercicio de valentía y de edición brutal.
Por otra parte, este texto debería ser leído por el círculo más íntimo de cada persona que convive con un padecimiento mental. Lejos de ser un tratado de psiquiatría, es una manera honesta y clara de comprender lo que hay alrededor de estas enfermedades. La angustia, el miedo, la ansiedad, la incertidumbre, la negación. “Mi madre era un ser imperfecto, un monstruo abundante de vida”, expresa Alberto.
La mano del Fernando de la ficción encima de la de su madre solo dura un instante. La misión de Alberto de poner un punto final a la historia fue un esfuerzo de años. Por eso cuando se cierra el libro hay un ambiente de liberación, de cuentas claras, de aguas calmas. Como un cielo que se despeja después de la tormenta. Me imagino a Alberto terminando de escribir y suspirando profundo. Guarda el texto, apaga la computadora. Ante la pantalla en negro sonríe tranquilo. No queda más por decir y solo hay un pensamiento en su mente: “La paz sea contigo, mamá”.
Escrito por: Génesis Hernández Núñez
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